Es posible que la causa por la que el castigo permanece como herramienta educativa sea su aparente eficacia e inmediatez para controlar o detener el comportamiento inadecuado o quizás simplemente sigue vigente porque fuimos educados así y por lógica natural tendemos a actuar tal y como actuaron con nosotros.
En cualquier caso castigar a un niñ@ no es la mejor manera de educarlo. Mediante el castigo, pese a que la conducta se extingue de manera puntual, siguen haciéndola cuando pueden o cuando creen no ser vistos.
¿Qué provoca en el niñ@ la aplicación continuada de castigos?
Pérdida de confianza hacia los padres o educadores, daña la autoestima del niñ@que llega a desvalorizarse (sobretodo si piensa que no merece el castigo), rabia, necesidad de venganza, tensión y agresividad e incluso provoca el uso de la mentira o el engaño para evitar el castigo.
Hay situaciones que entendemos que es preciso detener una mala acción y hay lugares, como el colegio, en que hay muchos niñ@s para un profesor. En este caso sería aceptable el castigo momentáneo como “medida de salvamento” y nunca como elemento educativo para a posteriori buscar la raíz del problema (busca detener una acción).
L@s mismos niñ@s, cuando hay diálogo y comunicación, acaban por ver que sus actos tienen consecuencias (buenas o malas), se dan cuenta que la vida realmente no es un camino de rosas y ven que hay momentos en que podrían haber hecho caso a papá o mamá (y momentos en que habría sido mejor no hacerles caso).
Utilizando la siguiente frase podemos detener una acción: “Si cuando te enfadas tratas así a los juguetes los tendré que guardar para que no se rompan” . Esta frase que parece un castigo o una amenaza es realmente una invitación a la reflexión para que el niñ@ cree su propia regla. Si tira los juguetes serán retirados para que no se rompan, sin embargo, si los trata bien, podrá jugar con ellos tanto cuanto quiera. Él decide en todo momento cuándo puede empezar a tratarlos bien y comprende que las pertenencias propias también deben ser respetadas y que puede haber otras maneras de canalizar un enfado.
La intención, al fin y al cabo, es tratar que los niñ@s sean felices, que los padres sean felices y que la relación entre padres e hij@s sea la mejor posible. Es por ello que hay que tratar de utilizar métodos que no humillen, distancien o sean injustos para los niñ@s (ni para los padres) y castigarles me temo que es no es uno de ellos.