Hemos tenido un mal día en el trabajo, entramos en casa y lo encontramos todo patas arriba: el suelo lleno de juguetes mientras nuestro hij@ juega con el mando a distancia. No ha hecho ninguna de las tareas que le habíamos asignado y, entonces, nuestro mal humor estalla de manera desmesurada.
Todos los padres hablamos habitualmente de forma adecuada, reflexiva y sabemos mantener la compostura en diferentes contextos. Si yo me pregunto ahora con quiénes utilizo más las palabras cariñosas, positivas y gratificantes, diré que con mi pareja y con mis hij@s. Y seguro que es así, pero también lo es que con ellos soy capaz de utilizar también las palabras más negativas.
Cuando estamos relajados, descansados y de buen humor nuestras palabras reflejan ese estado interior y difícilmente hacemos uso de un vocabulario negativo. En cambio, cuando estamos cansados o estresados, los conflictos cotidianos pueden adquirir dimensiones exageradas.
Ahora nos centramos en las situaciones de conflicto con nuestros hij@s poniéndonos en su lugar. Dejar el abrigo tirado en el recibidor o no tapar la pasta de dientes, no pueden ser problemas vividos por él como para recibir las acusaciones que, en momentos de crisis, somos capaces de verter sobre él.
Enfadarse o sentir ira no es negativo en sí mismo, reconocer qué sentimos es el primer paso para identificar un posible arrebato de enfado. Son sentimientos inherentes a la naturaleza humana de los cuales todos participamos en un momento u otro. Lo difícil es sentir enfado, ira o furia sin dañar a la persona que tenemos delante, y, seamos honestos, nuestros hij@s cargan a menudo con elevadas dosis de malhumor. ¿Qué hacer? Los padres debeis de revisar vuestro espacio de ocio y realizar actividades que os gusten: deporte, pintura, yoga, natación, etc.
El siguiente paso es NO RESPONDER. Salir de la habitación o cerrar los ojos unos instantes para pensar en lo que vamos a decir. Se trata de no reaccionar «en caliente», lo que es muy sencillo de entender y, en ocasiones, tan difícil de llevar a la práctica.
Una vez calmados será más fácil apreciar la dimensión real del problema y actuar en consecuencia, lo que debe permitirnos prestar atención a las palabras y huir de las acusaciones tipo: «eres un desastre, otra vez has dejado el lavabo patas arriba después de ducharte». Es preferible describir lo que ha sucedido sin emitir juicios de valor, por ejemplo: «el lavabo necesita que lo revises de nuevo si ya has terminado de ponerte el pijama». La descripción de los hechos ayuda mucho a centrarnos en el presente, sin añadirle toda la carga emocional que probablemente se ha despertado en nosotros. Con ello mostraremos que le aceptamos a él como persona pero no aceptamos las acciones negativas que pueda hacer.
Añadir un comentario con buen humor es una de las mejores formas de recuperar el buen ambiente y conectar de nuevo con lo mejor de nosotros.
Finalmente, si a pesar de todo hemos perdido el control seamos capaces de pedirle perdón o de demostrarle que sentimos lo que ha sucedido. Será la mejor manera de restablecer la relación cicatrizando las heridas interiores que las palabras pueden provocar.
RECORDEMOS QUE LA PALABRA ES UNA HERRAMIENTA CON LA QUE CONSTRUIMOS O DESTRUIMOS LAS RELACIONES CON NUESTROS HIJ@S. SER CONSCIENTES DE QUÉ DECIMOS Y CÓMO LO HACEMOS NOS AYUDARÁ EN TODAS LAS SITUACIONES A MOSTRARLES LO MUCHO QUE LOS QUEREMOS.